Aquella templada mañana David García Torrado se presentó puntual en la puerta de mi estudio, de hecho llegó antes que yo, ya que me retrasé al tener que recoger a mi amigo Paco que también nos acompañó en la esperada sesión. David venía cargado con una gran mochila que convertía su silueta en una suerte de enorme caracol. Cuando entramos, mostró cierta efusividad contenida delatada a través de unos ojos ávidos que comenzaron a escanear incesantemente todos y cada uno de los rincones de mi estudio, con sus correspondientes trastos, esculturas, pinturas, libros, materiales y cachivaches de diversa índole.
Mientras hablábamos , David preparaba y desplegaba poco a poco un arsenal fotográfico sin igual. Su actitud era similar a la de un cazador de elefantes silencioso tras los arbustos, dispuesto a conseguir una buena pieza. He de confesar que los instrumentos de los fotógrafos siempre me han parecido salidos de una falsa nave espacial que se han reciclado en una mejor vida. Pero en este caso David parecía saber muy bien cual iba a ser la función de cada uno de sus artilugios. Y es que sus ojos no paraban de buscar y encontrar cosas que servirían poco a poco para armar la escena que buscaba. Cada una de sus preguntas obtenía una respuesta que le ayudaba a seleccionar éste o aquel objeto. Parecía un niño tomándose de un modo escalofriántemente serio el juego de su trabajo o el trabajo de su juego. Sus preguntas eran directas, argumentadas, algunas incluso iniciadas. Quiso rastrear mi pensamiento, delatar y detonar en un solo disparo la arquitectura conceptual de mi trabajo, mis influencias y motivos de inspiración.
Fue una mañana densa y quirúrgica, pero también entretenida, sorprendente y muy humana. Continuamos la conversación en la sobremesa, a través siempre de su mirada incisiva, silenciosa, y profunda.
José Luís Serzo 2015, exposición Almas, Madrid.
José Luís Serzo 2015, exposición Almas, Madrid.
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